EL YO POR EL NOSOTROS CON SABIDURA
El sabio puede sentarse en un hormiguero,pero sólo el necio se queda sentado en él. (Proverbio chino)
LO PRIMERO EL EJERCICIO
Escoge un lugar tranquilo. Siéntate en una posición cómoda. El tronco y la cabeza deber permanecer erectos, las manos colocadas sobre las rodillas, a ser posible como las palmas hacia arriba. Mantengamos los ojos abiertos y fijos, pero no tensos, sino relajados en un punto que esté ubicado frente a ti, a una distancia menor de un metro. Suelta todo el cuerpo varias veces, hasta que lo sientas equilibrado .
Concéntrate en tu respiración. A ser posible, haz la respiración abdominal. Recuerda que toda respiración consta de inhalación (absorción de aire) y exhalación (expulsión del aire). Respira por la nariz y inhalando tanto aire cuanto puedas, suavemente. Luego exhala tranquila y lentamente, expulsado el aire hasta vaciar los pulmones. Al exhalar pronuncia suavemente (mental o verbalmente) la palabra “nada”; sintiendo la sensación de nada, que todo tú ser se vacíe, al tiempo y de la misma manera que se vacían de aire los pulmones.
Vuelve a inhalar, y vuelve a exhalar pronunciando “nada”, sintiendo que todo tu ser se relaja que tu cerebro, brazos, estómago, piernas, quedan vacíos. Lo decisivo es permanecer el mayor tiempo posible con la sensación de mente vacía.
Al principio, tu mente no se vaciará tan fácilmente; al contrario, las imágenes rebeldes te acompañarán. Es normal. No trates de expulsar por la fuerza los pensamientos, no les des importancia, déjalos, suéltalos. Y vuelve a sentir el vacío al pronunciar “nada” durante la exhalación. Paulatinamente irás consiguiendo esa sensación sedante de serenidad en todo tu ser, como, si la nada te cubriera de la cabeza a los pies y te penetrara. Es un descanso profundo.
Puedes hacerlo durante unos diez minutos después de levantarte y diez minutos antes de acostarte. Puedes hacerlo también durante el día, cuando te sientas tenso o cansado. Cuanto más tiempo nos dediquemos a este ejercicio, mejor. Si al hacer este ejercicio te sientes soñoliento o demasiado rígido, déjalo para otro día.
El secreto de conseguir nuestro fin, vaciar la mente, está en la práctica tenaz y perseverante, sin impaciencias y tranquila y armónicamente, así avanzaremos paso a paso. La clave está en repetir y repetir el ejercicio, mejorando cada un vez un poco más los efectos. De pronto comenzaremos a percibir que las obsesiones ya no nos dominan como antes, las tensiones se sueltan, las ansiedades desaparecen, que duermes mejor, que eres más paciente y que estás recuperando el gusto de vivir. Hay que continuar y continuar incasablemente en la práctica diaria.
Ahora el que ha dominado el vacío mental y que se ha vaciado de sí mismo es un sabio.Si logramos vaciar por completo volveríamos a la infancia de la humanidad. Aquí desaparecen los adjetivos posesivos “mío”, “tuyo”, así como los verbos “pertenecer”, “poseer”, verbos que son fuente de fricciones y conflictos en todos los sentidos de la vida, porque es el “yo” el que tiende con sus brazos largos las cadenas apropiadoras de las cosas, hechos y personas.
El que se vacía de sí mismo experimenta la misma sensación lenitiva que cuando desaparece la una fiebre alta: descanso y refrigerio, justamente porque el “yo” es llama, fuego, fiebre, deseo, pasión.
Todos sabemos que el interior del humano es frecuente morada del dolor. El que ha visto cómo el temor surge de la pasión, sabe que la tranquilidad de la mente se adquiere apagando la pasión. Basta despertar, abrir los ojos, levantar la cabeza y tomar conciencia de que está en un error, que estamos suponiendo que era real lo que en verdad era irreal.
Lo que importa es detener la actividad de la conciencia ordinaria, porque ella es una actividad centrada en el “yo”. Cuando la mente actúa, lo hace necesariamente alentando y engendrando el “yo” egoísta; el cual, a su vez, extiende sus brazos apropiadores (que son los deseos de poseer, la codicia, la sed de gloria) sobre objetivos – sucesos – personas, naciendo de esta apropiación los temores y sobresaltos. Al anular el curso de la actividad mental, desaparece este proceso.
EL MUNDO NUEVO
El vacío de la mente instala al hombre en un mundo nuevo, en el mundo de la realidad última, diverso del mundo de las apariencias en que normalmente nos movemos. Nada desde afuera, nada desde adentro logrará remecer la serenidad del sabio. Lo mismo que un huracán deja inmutable el acantilado, así los disgustos dejan impasible al sabio. Y de esta manera se situará más allá de los vaivenes de las emociones y de las pasiones.
La presencia de sí es perturbada normalmente por los delirios del “yo”. Pero, una vez eliminado el “yo”, el sabio adquiere plena presencia de sí, y va controlando cuando ejecuta, al hablar, al reaccionar, al caminar.
Por este sincero y espontáneo abandono de sí mismo y de las cosas, el verdadero sabio, una vez libre de todas las ataduras apropiadoras del “yo”, se lanza sin impedimento en el seno profundo de la libertad. Por eso, una vez que ha conseguido experimentar el vacío mental, llega a vivir libre de todo temor y permanece en la estabilidad de quien está más allá de todo cambio. Así al sentir desligado de si mismo, va entrando lentamente en las aguas tibias de la serenidad, humildad, objetividad, benignidad, compasión y paz. En cambio el hombre artificial, esto es, el que está sometido a la tiranía del “yo”, está siempre vuelto hacia afuera, obsesionado por quedar bien, por causar buena impresión, preocupado por el “qué piensan de mí”, “qué dicen de mí”; y el vaivén de los avatares, sufre, teme, se estremece. La vanidad y el egoísmo atan al humano a la existencia dolorosa, haciéndolo esclavo de los caprichos del “yo”.
La persona sabia, en cambio, es un ser esencialmente vuelto hacia dentro: como ya se libró de la obsesión de la imagen, porque se convenció de que el “yo” no existe, le tiene absolutamente sin cuidado todo lo que se piense o se diga en referencia a un “yo” que sabe que no existe; vive desconectado de las preocupaciones artificiales, en una gozosa anterioridad, silencioso, profundo y fecundo.
Se mueve en el mundo de las cosas y los acontecimientos, pero su morada está en el reino de la serenidad. Desarrolla actividades exteriores, pero en su intimidad está instalada en aquel fondo inmutable que, sin posibilidad de cambio, da origen a toda su actividad.
Si logramos vencer y vaciar nuestra mente la cobra podría inyectarle su veneno, pero el sabio no tendrá fiebre. Pero… es imposible, la cobra, que es el cólera, no puede atacar al sabio. Sus fuentes profundas están purificadas, y el agua que brota desde ellas no puede menos de ser pura. Sin poder ni propiedades, el sabio hace camino mirándolo con ternura y tratando a todos con respeto y veneración. La túnica que lo envuelve es la paciencia, y sus aguas nunca serán agitadas.
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