LAS MONTAÑAS
Cuando después de una esforzada caminata accedemos  a una  cima,  experimentamos una sensación de libertad y satisfacción muy grande. Nos  limitamos a mirar a lo lejos, y esa satisfacción va transformándose en  conquista, donde vamos percibiendo la sublimidad del paisaje montañoso.  Por eso cada montaña, por grande o pequeña que sea,  posee  su fascinación distintiva, ya que desde cada montaña contemplamos un  paisaje distinto. Pero cada montaña también tiene una irradiación del  todo singular. 
La  tradición conoce, no sin razón, montañas o montes sagrados. No hay  nación y pueblo que posea una montaña que brilla ante nuestros ojos y  representa el poder de la naturaleza. Así, toda montaña o monte es una  promesa de que también es nuestra vida que está por encima del valle de  la vida diaria. Es un camino para lograr que la vida prospere, ya que  hay que hacer de la conquista la verdadera libertad, libertad respecto  de nosotros mismos. La montaña, desde la que podemos contemplar el  paisaje nos comunica ya algo de esa libertad, y la montaña nos permite  experimentar con mayor intensidad la cercanía con el cosmos, allí nos  invade una quietud que ella nos podemos  darnos a  sí mismos. Nos viene de afuera, y para poder experimentar este sosiego  de las montañas, no necesitamos más que sosegarnos en ellas mismas y  nuestro corazón se serena. Rodearnos de la sublimidad del mundo de las  montañas, es hoy el camino más importante para encontrar el sosiego y  desasirse de la carga del día a día.
Ya  Juan de la cruz, el místico español nos habla de las montañas o montes  sagrados y de los montes amados. Nos fascinan no sólo cuando podemos  coronarlo, sino también cuando asombrados los contemplamos a lo lejos.  La mirada dirigida hacia arriba, hacia las maravillosas cimas, abre  nuestros sentidos al expandirnos en el universo como fundamento de la  continua transformación a la que está sujeta la naturaleza.  Lastimosamente el hombre se ha encargado de ir destruyéndoles  y así todas las culturas que  veneran  y aman las montañas están siendo impedidas de conocer sus metas y  experimentar con intensidad las cercanías con el universo donde sus  cimas se pierden envueltas en la quietud y majestuosidad. EL DESIERTO 
¡Oh!  ¡La dulce sensación de dejarse vivir, de dejar de pensar, de dejar de  obrar, de no forzarse a nada, de no añorar nada, de no desear, salvo la  duración indefinida de lo que es! ¡Oh! ¡La bienaventurada aniquilación  del yo, en esta vida contemplativa del desierto!...
Isabelle Eberhardt 
Este  mar de arenas con su infinita extensión y aparentemente vacío es uno de  los lugares donde la quietud ronda a cada paso. No se trata tan sólo de  una calma agradable, ya que a menudo llega a atemorizar. Cuando nadie  nos distrae, nos vemos confrontados tanto más intensamente con nosotros  mismos. La tranquilidad del desierto nos incita a desasirnos del ruido  que llevamos en nuestro interior, a no aferrarnos ya a nada, ni a las  palabras, ni a la música, ni al ruido. Sólo quien se abre a la quietud  puede soportar el desierto. Entonces, éste se convierte en  bienaventuranza, que supone la posesión de un bien perfecto que llene y  sacie todo el apetito racional del hombre, que ha de ser poseído con  toda plenitud y según toda la capacidad del hombre por el disfrute de un  modo permanente de la recta razón.
Desde  los primeros tiempos el hombre se fue a vivir al desierto. Esto  respondía a distintas razones; entre otras, allí no les perturbaban ni  distraían los esparcimientos de la vida. En la actualidad, el desierto  ejerce una nueva fascinación sobre las personas. Hoy  hay  agencias de viajes que se han especializado en las rutas por los  desiertos del mundo. En la historia hay muchos casos de importancia.  Israel atravesó el desierto tras la tierra prometida, hacia la tierra de  la libertad. Para el pueblo, el desierto era el lugar de la especial  proximidad de dios. El profeta Oseas habla del tiempo del desierto como  de la época del primer amor entre Israel y su dios. Pero también el  desierto es lugar de tentación, el lugar en el que el pueblo murmuró  contra dios y sintió nostalgia de las ollas de carne de Egipto. Para  Jesús fue el desierto el lugar de tentación, allí le asalto la tentación  básica de toda persona, pero él la venció. la experiencia del desierto  le dio la capacidad de hablar con sabiduría  y dedicarse a la tarea de liberar a los espíritus esclavos enseñando  las  verdades  más indiscutibles que hay que confrontar y así liberarse aplicando la  vida simple y elegir las prioridades de acuerdo al momento. Es decir es  un maestro que murió por liberar, por transformar por revolucionar las  mentes y espíritus a que despierten y se revelen contra el orden  impuesto. 
En  la actualidad, la naturaleza se ha convertido para muchas personas en  un lugar para vivir la experiencia de quietud; y ello, fundamentalmente  por dos razones. En primer lugar, la naturaleza es algo que nos viene  dado, y al mismo tiempo nos fascina. La naturaleza es, por esencia,  serena, por muy intenso que sea el murmullo del arroyo de la montaña. No  tenemos más que entregarnos a lo que nos rodea. Si nos dejamos conmover  por la belleza de la creación, nos hacemos partícipes de su calma. Pero  hay una segunda razón por la que las personas buscan tranquilidad en la  naturaleza: la naturaleza no hace valoraciones. En la naturaleza puedo  ser como soy en realidad. La naturaleza me sostiene, pertenezco a ella.  La vida que percibo en la naturaleza late también en mí. Lo que impide  sosegarse a tantas y tantas personas es su juez interior. Dondequiera  que estén, ese juez interior pide la palabra. Valora y juzga todo lo que  pensamos y hacemos. La naturaleza no hace valoraciones. Cuando nos  entreguemos a ella, el juez que llevamos dentro es destituido. Podemos  ser sin más y esto nos libera y nos proporciona quietud.

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