sábado, 13 de agosto de 2011

LOS VALORES DE VIDA



¿En qué mundo vivimos? Esta pregunta, en nuestro tiempo, resulta totalmente legítima. Porque ya no contamos con la seguridad de la permanencia de las cosas con que se contaba en otros siglos. El mundo siempre ha estado cambiando, pero antes los cambios eran lentos, lo suficientemente lentos como para que las sociedades pudieran digerirlos y adaptarse a ellos. En este siglo XXI, sin embargo, el cambio nos ha golpeado cada vez más profunda y vertiginosamente: con gran velocidad se transforman las normas, los hábitos, las instituciones, las ideas, las organizaciones y por ende sus relaciones. Por donde miremos, todo es dinamismo, constante introducción de nuevas maneras de relacionarse, de actuar, de expresarse, de pensar. Vivimos, pues, un mundo inédito. Nuestro siglo es un verdadero gran laboratorio de nuevas experiencias y avances en diferentes conceptos acerca de la vida, la naturaleza y el humano.
Hagamos un recuento somero de las vivencias nuevas de este flamante siglo: los viajes interplanetarios, el campo de concentración, los trasplantes de órganos, la intervención clínica del cerebro, la ingeniería genética, la fecundación y el desarrollo fetal fuera del útero materno, la información electrónica instantánea, la computación, la economía multi y transnacional, la guerra mundial, la guerra bacteriológica, la guerra química, el dominio de la energía atómica, la bomba neutrónica, la revolución de los medios de transporte, las células madres, los nuevos modelos de comunicación, la matrix, los placeres, las relaciones amorosas, etc. En esta época no comparable a ninguna otra en la historia de la humanidad, y en la que la sensibilidad y el pensamiento humanos experimentan inéditos desafíos, es fácil caer en la tentación de emitir juicios apresurados y extremos: por una parte, que ésta es una era llena de progreso y bienestar para la humanidad; por otra, que vivimos tiempos decadentes, plenos de crisis moral y ruinas culturales y sociales. Se escucha, también, hablar del "fin de la historia", de que vivimos de post-historia (¿qué vendrá después?), de que el mundo se ha vuelto loco. No creo que el mundo se haya vuelto loco, por lo menos no más loco de lo que lo ha sido durante toda su historia. Lo que sí aseguro es que se trata de un mundo nuevo, de que estamos experimentando rupturas radicales con las ideas y las instituciones tradicionales. ¿Qué sentido tiene, en estas condiciones, hablar de "fidelidad al pasado", de "apego a los valores clásicos", de una "continuidad de la historia occidental"? Cuando no se trata de demagogia, argumentos como éstos no reflejan más que el efecto de una nostalgia romántica y estetizante. No vivimos una crisis de valores; lo que ocurre es que, como todo, los valores se transforman. No está nuestra juventud en crisis; lo que ocurre es que son hijos de otra civilización. El mundo no se ha vuelto loco; lo que pasa es que experimentamos una época de transición, en que persisten elementos del pasado y aparecen con con fuerza muchos fenómenos nuevos, que no entendemos y a los que nos cuesta adaptarnos. Por cierto, en estas condiciones también la ética se conmociona. Si las condiciones históricas, sociales, culturales y hasta psicológicas cambian, ¿cómo no va a tener que cambiar la teoría sobre la moral de esta época? Necesitamos, pues, levantar una nueva ética, acorde con las ideas, las acciones, las instituciones y las experiencias de nuestro tiempo. Y frente al problema de los valores y la ética, se manejan erróneas concepciones. Mientras se sigan manejando, no podrá actuarse eficazmente en pro de erigir una teoría de la moral adecuada a nuestro tiempo.

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