 
 ¿En  qué mundo vivimos? Esta pregunta, en nuestro tiempo, resulta totalmente  legítima. Porque ya no contamos con la seguridad de la permanencia de  las cosas con que se contaba en otros siglos. El mundo siempre ha estado cambiando, pero  antes los cambios eran lentos, lo suficientemente lentos como para que  las sociedades pudieran digerirlos y adaptarse a ellos. En este siglo  XXI, sin embargo, el cambio nos ha golpeado cada vez más profunda y  vertiginosamente: con gran velocidad se transforman las normas, los  hábitos, las instituciones, las ideas, las organizaciones y por ende sus  relaciones. Por donde miremos, todo es dinamismo, constante  introducción de nuevas maneras de relacionarse, de actuar, de  expresarse, de pensar.  Vivimos, pues, un mundo inédito. Nuestro siglo es un verdadero gran  laboratorio de nuevas experiencias y avances en diferentes conceptos  acerca de la vida, la naturaleza y el humano.
  contaba en otros siglos. El mundo siempre ha estado cambiando, pero  antes los cambios eran lentos, lo suficientemente lentos como para que  las sociedades pudieran digerirlos y adaptarse a ellos. En este siglo  XXI, sin embargo, el cambio nos ha golpeado cada vez más profunda y  vertiginosamente: con gran velocidad se transforman las normas, los  hábitos, las instituciones, las ideas, las organizaciones y por ende sus  relaciones. Por donde miremos, todo es dinamismo, constante  introducción de nuevas maneras de relacionarse, de actuar, de  expresarse, de pensar.  Vivimos, pues, un mundo inédito. Nuestro siglo es un verdadero gran  laboratorio de nuevas experiencias y avances en diferentes conceptos  acerca de la vida, la naturaleza y el humano.
 contaba en otros siglos. El mundo siempre ha estado cambiando, pero  antes los cambios eran lentos, lo suficientemente lentos como para que  las sociedades pudieran digerirlos y adaptarse a ellos. En este siglo  XXI, sin embargo, el cambio nos ha golpeado cada vez más profunda y  vertiginosamente: con gran velocidad se transforman las normas, los  hábitos, las instituciones, las ideas, las organizaciones y por ende sus  relaciones. Por donde miremos, todo es dinamismo, constante  introducción de nuevas maneras de relacionarse, de actuar, de  expresarse, de pensar.  Vivimos, pues, un mundo inédito. Nuestro siglo es un verdadero gran  laboratorio de nuevas experiencias y avances en diferentes conceptos  acerca de la vida, la naturaleza y el humano.
  contaba en otros siglos. El mundo siempre ha estado cambiando, pero  antes los cambios eran lentos, lo suficientemente lentos como para que  las sociedades pudieran digerirlos y adaptarse a ellos. En este siglo  XXI, sin embargo, el cambio nos ha golpeado cada vez más profunda y  vertiginosamente: con gran velocidad se transforman las normas, los  hábitos, las instituciones, las ideas, las organizaciones y por ende sus  relaciones. Por donde miremos, todo es dinamismo, constante  introducción de nuevas maneras de relacionarse, de actuar, de  expresarse, de pensar.  Vivimos, pues, un mundo inédito. Nuestro siglo es un verdadero gran  laboratorio de nuevas experiencias y avances en diferentes conceptos  acerca de la vida, la naturaleza y el humano. Hagamos un recuento somero de las vivencias nuevas de este flamante siglo: los viajes interplanetarios, el  campo  de concentración, los trasplantes de órganos, la intervención clínica  del cerebro, la ingeniería genética, la fecundación y el desarrollo  fetal fuera del útero materno, la información electrónica instantánea,  la computación, la economía multi y transnacional, la guerra mundial, la  guerra bacteriológica, la guerra química, el dominio de la energía  atómica, la bomba neutrónica, la revolución de los medios de transporte,  las células madres, los nuevos modelos de comunicación, la matrix, los  placeres, las relaciones amorosas, etc.  En esta época no comparable a ninguna otra en la historia de la humanidad, y
campo  de concentración, los trasplantes de órganos, la intervención clínica  del cerebro, la ingeniería genética, la fecundación y el desarrollo  fetal fuera del útero materno, la información electrónica instantánea,  la computación, la economía multi y transnacional, la guerra mundial, la  guerra bacteriológica, la guerra química, el dominio de la energía  atómica, la bomba neutrónica, la revolución de los medios de transporte,  las células madres, los nuevos modelos de comunicación, la matrix, los  placeres, las relaciones amorosas, etc.  En esta época no comparable a ninguna otra en la historia de la humanidad, y  en  la que la sensibilidad y el pensamiento humanos experimentan inéditos  desafíos, es fácil caer en la tentación de emitir juicios apresurados y  extremos: por una parte, que ésta es una era llena de progreso y  bienestar para la humanidad; por otra, que vivimos tiempos decadentes,  plenos de crisis moral y ruinas culturales y sociales. Se escucha,  también, hablar del "fin de la historia", de que vivimos de  post-historia (¿qué vendrá después?), de que el mundo se ha vuelto loco.  No creo que el mundo se haya vuelto loco, por lo menos no más loco de lo  que lo ha sido durante toda su historia. Lo que sí aseguro es que se  trata de un mundo nuevo, de que estamos experimentando rupturas  radicales con las ideas y las instituciones tradicionales. ¿Qué sentido  tiene, en estas condiciones, hablar de "fidelidad al pasado", de "apego a  los valores clásicos", de una "continuidad de la historia occidental"?  Cuando no se trata de demagogia, argumentos como éstos no reflejan más  que el efecto de una nostalgia romántica y estetizante.  No vivimos una crisis de valores; lo que ocurre es que, como todo, los  valores se transforman. No está nuestra juve
en  la que la sensibilidad y el pensamiento humanos experimentan inéditos  desafíos, es fácil caer en la tentación de emitir juicios apresurados y  extremos: por una parte, que ésta es una era llena de progreso y  bienestar para la humanidad; por otra, que vivimos tiempos decadentes,  plenos de crisis moral y ruinas culturales y sociales. Se escucha,  también, hablar del "fin de la historia", de que vivimos de  post-historia (¿qué vendrá después?), de que el mundo se ha vuelto loco.  No creo que el mundo se haya vuelto loco, por lo menos no más loco de lo  que lo ha sido durante toda su historia. Lo que sí aseguro es que se  trata de un mundo nuevo, de que estamos experimentando rupturas  radicales con las ideas y las instituciones tradicionales. ¿Qué sentido  tiene, en estas condiciones, hablar de "fidelidad al pasado", de "apego a  los valores clásicos", de una "continuidad de la historia occidental"?  Cuando no se trata de demagogia, argumentos como éstos no reflejan más  que el efecto de una nostalgia romántica y estetizante.  No vivimos una crisis de valores; lo que ocurre es que, como todo, los  valores se transforman. No está nuestra juve ntud  en crisis; lo que ocurre es que son hijos de otra civilización. El  mundo no se ha vuelto loco; lo que pasa es que experimentamos una época  de transición, en que persisten elementos del pasado y aparecen con con  fuerza muchos fenómenos nuevos, que no entendemos y a los que nos cuesta  adaptarnos. Por cierto, en estas condiciones también la ética se  conmociona. Si las condiciones históricas, sociales, culturales y hasta  psicológicas cambian, ¿cómo no va a tener que cambiar la teoría sobre la  moral de esta época? Necesitamos, pues, levantar una nueva ética,  acorde con las ideas, las acciones, las instituciones y las experiencias  de nuestro tiempo.  Y frente al problema de los valores y la ética, se manejan erróneas  concepciones. Mientras se sigan manejando, no podrá actuarse eficazmente  en pro de erigir una teoría de la moral adecuada a nuestro tiempo.
ntud  en crisis; lo que ocurre es que son hijos de otra civilización. El  mundo no se ha vuelto loco; lo que pasa es que experimentamos una época  de transición, en que persisten elementos del pasado y aparecen con con  fuerza muchos fenómenos nuevos, que no entendemos y a los que nos cuesta  adaptarnos. Por cierto, en estas condiciones también la ética se  conmociona. Si las condiciones históricas, sociales, culturales y hasta  psicológicas cambian, ¿cómo no va a tener que cambiar la teoría sobre la  moral de esta época? Necesitamos, pues, levantar una nueva ética,  acorde con las ideas, las acciones, las instituciones y las experiencias  de nuestro tiempo.  Y frente al problema de los valores y la ética, se manejan erróneas  concepciones. Mientras se sigan manejando, no podrá actuarse eficazmente  en pro de erigir una teoría de la moral adecuada a nuestro tiempo. 
 campo  de concentración, los trasplantes de órganos, la intervención clínica  del cerebro, la ingeniería genética, la fecundación y el desarrollo  fetal fuera del útero materno, la información electrónica instantánea,  la computación, la economía multi y transnacional, la guerra mundial, la  guerra bacteriológica, la guerra química, el dominio de la energía  atómica, la bomba neutrónica, la revolución de los medios de transporte,  las células madres, los nuevos modelos de comunicación, la matrix, los  placeres, las relaciones amorosas, etc.  En esta época no comparable a ninguna otra en la historia de la humanidad, y
campo  de concentración, los trasplantes de órganos, la intervención clínica  del cerebro, la ingeniería genética, la fecundación y el desarrollo  fetal fuera del útero materno, la información electrónica instantánea,  la computación, la economía multi y transnacional, la guerra mundial, la  guerra bacteriológica, la guerra química, el dominio de la energía  atómica, la bomba neutrónica, la revolución de los medios de transporte,  las células madres, los nuevos modelos de comunicación, la matrix, los  placeres, las relaciones amorosas, etc.  En esta época no comparable a ninguna otra en la historia de la humanidad, y  en  la que la sensibilidad y el pensamiento humanos experimentan inéditos  desafíos, es fácil caer en la tentación de emitir juicios apresurados y  extremos: por una parte, que ésta es una era llena de progreso y  bienestar para la humanidad; por otra, que vivimos tiempos decadentes,  plenos de crisis moral y ruinas culturales y sociales. Se escucha,  también, hablar del "fin de la historia", de que vivimos de  post-historia (¿qué vendrá después?), de que el mundo se ha vuelto loco.  No creo que el mundo se haya vuelto loco, por lo menos no más loco de lo  que lo ha sido durante toda su historia. Lo que sí aseguro es que se  trata de un mundo nuevo, de que estamos experimentando rupturas  radicales con las ideas y las instituciones tradicionales. ¿Qué sentido  tiene, en estas condiciones, hablar de "fidelidad al pasado", de "apego a  los valores clásicos", de una "continuidad de la historia occidental"?  Cuando no se trata de demagogia, argumentos como éstos no reflejan más  que el efecto de una nostalgia romántica y estetizante.  No vivimos una crisis de valores; lo que ocurre es que, como todo, los  valores se transforman. No está nuestra juve
en  la que la sensibilidad y el pensamiento humanos experimentan inéditos  desafíos, es fácil caer en la tentación de emitir juicios apresurados y  extremos: por una parte, que ésta es una era llena de progreso y  bienestar para la humanidad; por otra, que vivimos tiempos decadentes,  plenos de crisis moral y ruinas culturales y sociales. Se escucha,  también, hablar del "fin de la historia", de que vivimos de  post-historia (¿qué vendrá después?), de que el mundo se ha vuelto loco.  No creo que el mundo se haya vuelto loco, por lo menos no más loco de lo  que lo ha sido durante toda su historia. Lo que sí aseguro es que se  trata de un mundo nuevo, de que estamos experimentando rupturas  radicales con las ideas y las instituciones tradicionales. ¿Qué sentido  tiene, en estas condiciones, hablar de "fidelidad al pasado", de "apego a  los valores clásicos", de una "continuidad de la historia occidental"?  Cuando no se trata de demagogia, argumentos como éstos no reflejan más  que el efecto de una nostalgia romántica y estetizante.  No vivimos una crisis de valores; lo que ocurre es que, como todo, los  valores se transforman. No está nuestra juve ntud  en crisis; lo que ocurre es que son hijos de otra civilización. El  mundo no se ha vuelto loco; lo que pasa es que experimentamos una época  de transición, en que persisten elementos del pasado y aparecen con con  fuerza muchos fenómenos nuevos, que no entendemos y a los que nos cuesta  adaptarnos. Por cierto, en estas condiciones también la ética se  conmociona. Si las condiciones históricas, sociales, culturales y hasta  psicológicas cambian, ¿cómo no va a tener que cambiar la teoría sobre la  moral de esta época? Necesitamos, pues, levantar una nueva ética,  acorde con las ideas, las acciones, las instituciones y las experiencias  de nuestro tiempo.  Y frente al problema de los valores y la ética, se manejan erróneas  concepciones. Mientras se sigan manejando, no podrá actuarse eficazmente  en pro de erigir una teoría de la moral adecuada a nuestro tiempo.
ntud  en crisis; lo que ocurre es que son hijos de otra civilización. El  mundo no se ha vuelto loco; lo que pasa es que experimentamos una época  de transición, en que persisten elementos del pasado y aparecen con con  fuerza muchos fenómenos nuevos, que no entendemos y a los que nos cuesta  adaptarnos. Por cierto, en estas condiciones también la ética se  conmociona. Si las condiciones históricas, sociales, culturales y hasta  psicológicas cambian, ¿cómo no va a tener que cambiar la teoría sobre la  moral de esta época? Necesitamos, pues, levantar una nueva ética,  acorde con las ideas, las acciones, las instituciones y las experiencias  de nuestro tiempo.  Y frente al problema de los valores y la ética, se manejan erróneas  concepciones. Mientras se sigan manejando, no podrá actuarse eficazmente  en pro de erigir una teoría de la moral adecuada a nuestro tiempo.  
 
 
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