sábado, 13 de agosto de 2011

LA ANGUSTIA

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Podemos afirmar que el producto más característico de la modernidad es la angustia. Si nos asomamos a los horizontes de la filosofía, el teatro, el cine, la literatura en general nos encontramos con la extraña identificación entre el humano y la angustia. El individuo actual está indigente frente a un abismo absurdo lleno de náusea, de inseguridades.
Frecuentemente confundimos la angustia con otros sentimientos similares como la congoja, aflicción, tedio, incluso clínicamente sean perturbaciones estrictamente diferenciadas, no rara vez se entrañan y se implican la depresión y la angustia, y desde luego, la obsesión y la angustia se comportan alternativamente, como madre e hija.
Es conveniente subrayar la diferencia que existe entre inquietud, ansiedad y angustia. En la inquietud predomina la sensación física, sin que, no obstante, se produzca ahogo u opresión. Además, la inquietud es tan sólo una sensación, sin llegar a ser un sentimiento; no llega, pues, a alterar el sistema afectivo.
En la angustia, la sensación de opresión repercute en nuestro organismo físico, en especial en las funciones gástricas y respiratorias, todo envuelto en un halo de tristeza. Se localiza en el plexo solar, en la zona precordial y en la garganta donde se siente un ahogo, por lo tanto tiene un efecto sobrecogedor y paralizante.
En la ansiedad, el malestar se circunscribe al plano torácico es una perturbación más bien psíquica, se experimenta una sensación de inseguridad, de sobresalto, con tendencia a la fuga. En suma, la angustia es más profunda, somática y visceral. La ansiedad, en cambio, es más bien cerebral y psíquica.
Es fácil, también confundir la angustia con el miedo; y, desde luego, no deja de haber en toda angustia una buena dosis de miedo. Aunque teóricamente, el miedo tiene su propio objeto, del que carece la angustia, sin embargo, en el plano existencial existen transiciones entre ambos. El pueblo llano usa con frecuencia la expresión miedo angustioso. Mucho más emparentado con la angustia se halla el temor, por ser un sentimiento ante lo desconocido.
Como vemos, los estados de ánimo se entrecruzan y se dan frecuentemente transiciones entre la angustia, el miedo, la ansiedad, el temor, la obsesión y la tristeza. La pregunta ¿En que estado estamos, cada uno de nosotros?
Comencemos diciendo que la angustia puede ser una depresión reactiva; un sentimiento ligado a circunstancias exteriores. Y, de hecho, gran parte de la angustia es, reactiva. Pero hay personas que habitan en la región de la angustia, sin que hayan tenido estímulos amenazantes ni causas inductoras. Es la angustia vital, nacieron así, están angustiados habitualmente y sin motivo alguno. Existe, pues, una personalidad ansiosa, genéticamente angustiosa, su estado de ánimo es permanentemente tensa y nerviosa. Vive en ascuas, es una atmósfera interior hecha de temor, incertidumbre y preocupación.
Esta personalidad ansiosa coincide generalmente con tipos aprensivos, acomplejados y obsesivos. Se sienten perseguidos por dentro y por fuera. Habitan en un mundo de fantasmas. En sus mansiones interiores reina un caos primordial, como efecto de la desintegración interior o falta de unidad y control. Por eso dicen los existencialistas que el angustiado siente la amenaza de la disolución de la unidad del yo. Se preocupan de todo. Viven los problemas de los demás, familiares, amigos, como si fueran propios; pero, en lugar de tratar de solucionarnos, se complican cada vez más a sí mismos y a los demás porque sufren inútilmente.
Sienten miedo de todo. Viven de aprensiones y suposiciones y de interrogantes. Siente igualmente un miedo obsesivo por la muerte, por cualquier enfermedad, por determinada desgracia que les puede sobrevivir. Desde desconocidos abismos les suben hasta el primer plano de la conciencia temores infundados, les asalta el nerviosismo, la impaciencia y la ansiedad. No son dueños de dueños de su propia casa. Todos los enemigos la han invadido y campean a sus anchas. Esa es la angustia vital, que llega al sujeto desde más allá de su nacimiento, desde las urdimbres y combinaciones más remotas de las constelaciones genéticas.
Dice Heráclito “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. También en el mundo de las vivencias hay un continuo fluir; pero debajo de ese flujo algo permanece inalterable. Las sensaciones van y vienen, los pensamientos aparecen y desaparecen, los sentimientos crecen y decrecen; pero la persona se siente una sola en todo momento, en medio del fluente movimiento vital se yergue el yo rector y coordinador de todo.
Pues bien, esa unidad del yo, que es el yo mismo, es la que se siente amenazada con quebrarse en una aguda crisis de angustia. De allí la expresión característica de quienes están profundamente angustiados “voy a volverme loco”. AL hablar de locura, están refiriéndose a la disolución de la unidad del yo, porque loco es quien pierde el control de sus actos. Una persona normal es aquella que mantiene firmes en sus manos las riendas de sus propios actos. Si ya no puede sujetar las riendas, realizará actos ajenos a su propio ser. Se enajenará.
Hay otro tipo de angustia, la provocada por circunstancias exteriores, es decir una compleja interacción entre el individuo y su ambiente. Esta se llama angustia reactiva, porque el sujeto exterior impacta en la persona; es decir, el acontecimiento ejerce sobre la persona una fuerza oprimente. Esta presión siempre deja una marca, una herida o alteración del estado del estado anímico de la persona con variados efectos. Eso se llama angustia.
Ejemplo de lo dicho, una noticia alarmante o una amenaza puede ejercer una presión tal sobre un sujeto que éste se quiebre, se desintegre, víctima del susto o sobresalto, esto es la angustia reactiva. Y si el sujeto en cuestión, no tiene una respuesta adecuada para neutralizar la circunstancia amenazante, será víctima de una serie de reacciones psíquicas y alteraciones fisiológicas: se podrá tenso, temeroso, presa del nerviosismo e intranquilidad ante la incertidumbre, aprensivo y preocupado con palpitaciones irregulares, la respiración se torna rápida y agitada, se dilatan las pupilas, hay una gran descarga de adrenalina, la boca se reseca, se trastorna el proceso circulatorio, empalidece el rostro, Esto es una crisis de angustia.
LAS FUENTES DE LA ANGUSTIA
La angustia puede tornarse en una situación habitual. Más aún, si los desafíos se suceden unos a otros, la persona afectada puede caer en la angustia vital. Y ésta es la situación del hombre actual. Demasiadas flechas disparadas al mismo tiempo, hacen blanco certeramente en el sistema nervioso, que más que herido se siente ahogado.
Hay dos leyes fatales que son las madres naturales de la ansiedad: la rapidez y la productividad. Tanto vales mientras más produces. Teniendo en cuenta que productividad no quiere decir sentirse pleno y realizado, sino rendimiento constante y sonante tangible. Al humano se lo mide por su capacidad de rendimiento como si fuera un motor donde su capacidad por la potencia que genera; y él, a su vez, valora su vida por el rendimiento que le reporta.
A cualquier profesión se le exige un máximo de productividad, como algo que se puede disfrutar. Esta exigencia le produce una psicosis de la prisa. En la escala social de valores, un fracaso económico es peor estigma ante la sociedad que un fracaso matrimonial. Por eso, más que tener, lo que hoy interesa es parecer que se tiene. ¡Cuántos temores e insatisfacciones en el trabajo y la profesión¡ Duele la competencia desleal. Cada uno busca su medro personal; y, con tal de escalar puestos, no les importa pasar por encima de los demás, Igualmente hay que aguantar las arbitrariedades de jefes y autoridades. Esto es la sociedad fría y hostil que busca las sociedades de consumo, donde hay que individualizarles, hacerles individuos solitarios, para que sólo produzcan y produzcan sin importar su angustia y soledad. Triunfar en la profesión y alcanzar una posición elevada es una cosa; más difícil es mantener la altura y el prestigio durante años y años, cuando al lado están los envidiosos y ambiciosos, acechando y suspirando por ese puesto o dignidad. Para las mujeres constituye una fuente de ansiedad más difícil, por estar dentro de una sociedad machista, donde el hombre no quiere comprender que el sexo femenino les ha superado, por tanto luchan con malas artes para impedir que ellas dominen en sus profesiones. Y peor si es casada, porque aparte de su trabajo tienen que atender su hogar y por tanto tienen que buscar un equilibrio entre su profesión u ocupación y su condición de esposa-madre. Y ya en el seno del hogar si no encuentran el punto de equilibrio y diálogo permanente, surge las competencias, rivalidades, intereses creados, desconfianza y por ende incompatibilidades. Y los hijos se ven envuelto en diversas etapas de crisis. Todo esto se va acumulando en el humano, los entusiasmos disminuyen, comienza aparecer las enfermedades. Y aparece una sensación de impotencia e inutilidad, difícil de explicar.
Y a esta angustia se agrega elementos externos como es la polución atmosférica, la televisión que nos acribilla todos los días con tragedias, el estrépito de las calles, el tránsito, la inseguridad, la delincuencia, y si la persona es sensible le agobia aún más los problemas sociales como el desempleo, la pobreza, la desnutrición, las malas condiciones sanitarias, la falta de vivienda, el calentamiento global, las guerras, etc. Todo ello hace que se tenga individuos nerviosos y agresivos, neuróticos. ¿Cómo no sucumbir ante el pertinaz asedio de tantos estímulos? ¿Cómo salvarnos de tantas fieras que nos acechan y amenazan? Pertenecemos a esta civilización, no podemos evadirnos de ella. Pero ¿Qué podemos hacer para mitigar la angustia?
LA LIBERACION
Quienes sufran de angustia vital deberán tener en cuenta varios aspectos: a) No sanarán radicalmente; ya he explicado sobre la constitución genética que acompaña a la persona hasta el final; b) Pueden, sin embargo, mejorar considerablemente, hasta el punto de tener la sensación de ser verdaderamente felices.
Quienes sufran de angustia reactiva, que es el caso de la mayoría, se puede liberar de ella por completo, hasta llegar a adquirir una completa serenidad interior y el gozo de vivir. Uno y otros deberán tener presentes y llevar a la práctica la consigna “Salvarse a sí mismo”; todo proceso es lento, habrá retrocesos, lo que no debe asustar; hay que perseverar pacientemente en el trabajo de la liberación; adquirir el dominio mental, buscar herramientas de liberación. Cuando una persona a estas situaciones amenazantes, por lo general no es capaz de efectuar un correcto juicio de evaluación sobre el grado de amenaza, debido al sobresalto, la sensibilidad del sujeto o simplemente por no tener una perspectiva de análisis suficiente. Por todo ello, no rara vez sobreestima la peligrosidad de la situación y surge la angustia.
Estas son las reglas de oro para mitigar la angustia:
Abandono: No hay antídoto más poderoso para vencer, casi infaliblemente, toda y cualquier angustia que la doctrina del abandono. El abandono presupone una fe viva, quienes la tengan, allí encontrarán la liberación. Para comprender mejor esta parte por favor leer la carta N 67. Titulado “Eliminar el yo”.
Dejar, soltar: Gran parte del sufrimiento es de origen subjetivo, y, por consiguiente, la angustia es una resistencia mental. Hay que cambiar el esquema mental quererse así mismo para querer a los demás; adaptarte y comprender a los demás. Dejar los delirios de grandeza y afanes posesivos, hay que aprender a mirar como un niño, entonces aparecerá ante ti un mundo transparente y distinto que te hará feliz. Todo resplandecerá de dones; vivir es una dicha. Todo es bonito y puro. Y mientras no seas puro no verás las cosas y personas en sí mismas, sino a través del miedo o de la codicia que te causan. Y mientras no se desprendas de ellas, no tendrás ojos limpios para ver el mundo en su primordial virginidad.
Relajamiento: La angustia no es otra cosa sino una tensión del sistema nervioso. Un sistema nervioso relajado no conoce la angustia. Todos los ejercicios de silenciamiento y relajación ayudarán de una manera eficaz a mitigar la ansiedad.
No des curso a actitudes posesivas ni agresivas. Se sensible, no juzgues para que nadie invada tu santuario de buenas intenciones; trata a los demás con la misma reverencia y comprensión con que se tratas a ti mismo. Ama al prójimo como a sí mismo. Apaga la pasión del yo y enciende la compasión con el mundo.

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